…Han pasado más de 20 años desde mi primer viaje en avión. Sin embargo, la sensación que sentía en esos precisos momentos del despegue, eran las mismas de aquella vez…
Mientras veía cómo se alejaba una Lima iluminada y extensa, pensaba en los meses que estaría fuera, y de las cosas que seguramente me perdería. Dejaba Lima por un tiempo, la dejaba y me preguntaba sobre mi sensación al estar de retorno dentro de los casi 3 meses que estaría fuera.
Me alejé de la ventanilla y el gran 777 empezó a inclinarse hacia un lado, a dar vuelta para lo que sería la ruta al gran norte. Sobre mi asiento, aún sentía a la gente quieta. Algunos tosían levemente mientras que algunos otro se acomodaban mejor.
Miré nuevamente sobre la ventanilla y ya las luces habían desaparecido. Sin duda, ya volábamos alto. Luego, las luces que indicaban el ajuste de cinturones se apagó y en seguida muchos se empezaron a mover y a sacar cosas de sus mochilas y maletas, como almohadas, libros, audífonos, etc. Yo cogí mi, aún por explorar, control remoto y encendí la pantalla de 10 pulgadas, al frente mío –o delante mío, como prefieran-. Le di una revisada general a todo el contenido “interactivo”, y después regresé a la sección Películas. Habían muchas que aún no había visto, así que escogí una que ya había visto –Sí, no estoy loco, simplemente quise ver una ya conocida, no sé, se me antojó pues-, así que me crucé con Wall-e.
Cruzando el Ecuador –por el país y la línea-, aparecieron las aeromozas con la cena. Pedí carne, y seguí metido en la película. Por ratos, volvía a mirar hacia afuera, pero el cielo oscuro no me dejaba ver mucho. Luego de un rato, recién pude vislumbrar algunas luces, pequeños lugares, allá abajo, a lo lejos.
Estábamos ya saliendo de América del Sur, cuando la cabina comenzó a temblar, pronto se encendieron las luces del cinturón de seguridad y por micrófono anunciaron lo que ya se estaba sintiendo, por lo que recomendaron calma y aseguraron su pronta salida. Yo, continúe con mi cena. Me esperaba algo más fuerte para serles sincero –tranquilo pues!-.
Pasados a recoger los utensilios de la cena, las aeromozas desaparecieron y la cabina se cubrió de silencio nuevamente. Un silencio que anunciaba ya la hora de dormir. Pero yo no podía. Pese a que habían apagado las luces del interior, estaba inmerso en otra película –y ahora sí, en una que no había visto antes-, y las ganas de seguir viendo por la ventanilla no paraban.
Poco a poco, el trajín del día se hacía presente. Me empecé a sentir cansado y terminé apagando todo a mi alrededor, incliné mi asiento lo más que pude y con almohadilla debajo de la cabeza me quedé dormido.
Al día siguiente –el de la cabina, porque además tienes el tiempo de la ciudad de origen, el tiempo en la posición del avión, y el tiempo en la ciudad de destino-, desperté a tiempo para recibir una toallita húmeda y caliente. Intenté abrir la persiana de la ventanilla y la aeromoza me lo prohibió –aún no, por favor-. Así que encendí la pantalla y vi la ubicación actual y las horas que aún faltaba para llegar.
Por un rato, me la pasé leyendo el libro que tenía en mano. Luego, las persianas ya podían abrirse. Quería abrirlas, porque supuestamente ya estábamos sobre Londres. El paisaje había cambiado completamente. El cielo estaba despejado y la ausencia de nubes era evidente. A los lejos, allá abajo, podía divisar las parcelas de campos de agricultura, las extensiones de terrenos cercados, las carreteras asfaltadas cruzándolas.
Faltaba muy poco para llegar. Pese a la cantidad de horas que dura un vuelo así, puedo admitir que casi ni las sentí. El gran triple siete empezó a girar nuevamente, y de pronto anunciaron que nos estábamos acercando al destino, Amsterdam. Pidieron asegurarse los cinturones de seguridad, ya que pronto empezaríamos con el descenso. Me acomodé sobre mi asiento, aseguré mi mochila, y puse mi casaca al lado. Podía ver a través de la ventanilla cómo las nubes iban acercándose. Poco a poco pasaban a ser más densas, a medida que también se tornaban grises. Era diciembre, y el invierno europeo empezaba a recibirme.
Las densas nubes empezaron a copar el exterior del avión. Tal línea roja del termómetro, veía cómo éstas empezaban a subir. Nos internamos en ellas. No se podía ver nada afuera. En eso, la ventanilla empezó a recibir gotas de lluvia. Ya las estábamos pasando a gran velocidad. Nuevamente, miré hacia abajo y pude darme cuenta del gran techo gris que cubría Amsterdam. En seguida, pude ver las carreteras, los autos en ellas con el parabrisas y luces encendidas, pude ver los grandes edificios y las extensas zonas de naves. Inmediatamente se me vino a la mente los comerciales de Play-Go que pasaban por la televisión en estas épocas de navidad que simulaban una gran metrópoli.
Mientras tanto, el gran 777 de Klm continuaba con el descenso a una gran velocidad. Cada vez estaba más cerca del suelo. Los alerones comenzaban a moverse hacia arriba y hacia abajo, tratando de darle equilibrio. De pronto, se escuchó bajar los trenes mientras cruzábamos una gran carretera, la que me hizo recordar a la vía expresa en Lima, pero con menos vehículos en ella, y recién pintada, y recién limpiada, y recién podada, etc.
En eso, apareció a un lado los rieles del tren y alrededor grandes conteiners apilados ordenadamente a los largo de su recorrido. Los edificios retornaron a su tamaño original y lo mismo con los grandes espacios industriales. Ya casi nos encontrábamos al nivel del suelo cuando de un momento a otro toda la cabina se estremeció con el pisar de los grandes neumáticos. Acabábamos de aterrizar.
Apenas bajó la punta del avión, pude darme cuenta de la inmensidad del Schiphol. Sin darme cuenta, ya habíamos cruzado varios terminales. Grandes aviones estaban a la espera del abordaje de sus pasajeros, era la primera vez que veía los 747. Una gran cantidad de aerolíneas del Asia y del Medio Oriente estaban presentes. La cantidad del personal de tráfico también me fue tremenda. Todos dirigiéndose de un lado a otro. Pero, sin lugar a dudas, el reinado del celeste era evidente a la vista.
Pasaron varios minutos antes de que nos detuviéramos. Avisaron que no nos levantáramos de nuestros asientos hasta que el avión hubiera parado completamente. Pedido que noté que todos obedecieron. Y otra cosa que noté es que no había sentido los aplausos que supuestamente hay en el aterrizaje –pues simplemente, nos los hubo-. Una vez enganchado el avión a las mangas del terminal, la gente empezó a sacar sus cosas.
Con mochila en la espalda y mi maleta de mano al lado, esperé a que la gran cola avanzara hacia la salida. Luego de unos minutos, lo pude hacer yo. Me despedí con un sonriente ´Thank you, bye´.
Salí del avión, pero no pude avanzar mucho porque ya en la manga había otra cola. –Pero de qué? lo mismo me pregunté en ese momento- Resulta que se trataba de un control de seguridad, pues habían dos agentes de policía a la salida de la manga que revisaban los pasaportes de cada uno de los pasajeros que salían de ese vuelo –en especial-. Además, había otro con un perro dando vueltas a lo largo del recorrido entre el avión y la salida. Drogas, robo, orden de captura; muchas podían ser las posibilidades por las que debíamos hacer dicha cola y esperar. Cuando al fin pude ser el siguiente, revisaron mis datos en el pasaporte, y al mismo tiempo me pidieron que continúe.
Luego de salir de dicho control, guardé nuevamente mi pasaporte –en mi cartapacio gris-. Agarré mi maleta de mano y empecé a sumergirme en el gigantesco Schiphol. Debía buscar la puerta de embarque número D71, así que levanté la vista y en seguida me di cuenta que sería más sencillo de lo que pensaba, pues las señalizaciones me facilitaron el trabajo.
Lo único que me despistaba del trayecto, era ver la cantidad de gente que había, y digo cantidad porque se trataba de gente de todo el mundo, hablando distintos idiomas y vistiendo de variadas maneras, personal de las diversas aerolíneas caminando en grupos, la gente que se encontraba muy entretenida en las grandes tiendas comerciales, supermercados, ´jockeysplazas´ que estructuraban el Schiphol. Todo ello, sin contar con las grandes narices de los 747 que se asomaban en las puertas de embarque que pasaba de tanto en tanto.
Pero bueno, contaba con varias horas para ubicar mi puerta de embarque antes que saliera mi próximo vuelo. Sí, algo de dos horas más de vuelo hacia Estocolmo me esperaban. Pero bueno, esa es otra historia, es otro viaje.
Fin.
@diegoganoza
- Part 1: http://diegoganoza.wordpress.com/category/boeing-777-200er/page/2/
- Part 2: http://diegoganoza.wordpress.com/2011/09/21/viaje-lima-to-amsterdamschiphol-airport-ii/